domingo, 24 de octubre de 2010

Capítulo 1: llegada.

Los aviones me daban un poco de miedo, pero no había de lo que preocuparse. Iba con mi madre, mi hermana de dieciocho, mi hermano de siete, y el de dos años. Mi edad eran los dieciséis. Estuve durante todo el viaje jugando a un juego en mi consola nueva. Al salir del avión, siendo un vuelo directo, nos dirigimos hacia nuestra mansión de verano en segunda línea de playa. Eran las siete de la tarde, y como mi ropa ya lo había guardado una de las asistentas de la casa, decidí darme un baño de espuma. Luego, me tumbé sobre la cama de matrimonio de mi cuarto y estuve viendo la televisión de plasma. Mi madre me llamó al poco rato de acostarme:
-Ana, cariño, ¿ya te has duchado?
-Claro, mamá.
-Vale, la cena estará en quince minutos.
-OK.
Al rato aparecí en la terraza, había arroz amarillo con pollo y algunas verduras. De postre pastel de chocolate.


***
Yo me iba a quedar en mi ciudad, como todos los años, con mis amigos. Sin ninguna variedad. Era ya de noche y yo estaba conectado al ordenador. De repente, veo que se conecta mi mejor amigo, Diego. Me contó que al día siguiente iba a ir a una de las playas de las afueras, donde están las mansiones, y me invitó a ir con él. Acepté. Preparé todo y me fui a la cama. Tenía sueño, había estado todo el día por ahí y ya eran las once y media.


***
-Mamá, ¿mañana qué vamos a hacer?-preguntó Javi, mi hermano de ocho años.
-No sé, lo que vosotros queráis.
-Yo quisiera ir a la playa.-propuse yo.
Después, nos fuimos todos a la cama, tras un rato más de televisión en familia.
Al día siguiente, desayunamos y nos pusimos los bañadores. El mío era un bikini color verde pistacho y liso. Nos aseamos y nos fuimos a la playa en la furgoneta de mamá.
Al llegar colocamos las sombrillas y las toallas y, tras ponernos la crema yo me llevé a Hugo, el pequeño de mi familia, al mar. Él con los manguitos de Pocoyó, claro. Yo llevaba mis gafas anchas de Dior que ocultaban mis ojos color azul claro, y mi pelo rubio tirando un poco a castaño ondeaba al viento aún seco. Corriendo vino Javier y empezó a salpicarme.
-¡Eh, idiota! Molesta a María, que está ya mojada.
-Je, je, buena idea-dijo alejándose de mí hacia una zona más profunda, donde estaba mi hermana mayor.
Poco después salí, dejando a Hugo con mi madre, y me apliqué algo de aceite. Después me acosté en mi toalla azul celeste a tomar el sol.

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